Roald
Dahl revisitado
Por Silvina Marsimian
Profesora y magister en análisis del discurso.
Editora. Miembro de número de la Academia Argentina de Literatura Infantil y
Juvenil (AALIJ)
Cualquier catálogo editorial está vivo si entre sus
autores figuran, en una interesante proporción, aquellos que movilizan lectores
chicos y adultos por igual. En esta curiosa conjunción de tramas y personajes
que resultan atractivos a los que inauguran sus primeras armas lectoras y a aquellos
que ya las tienen trajinadas −o incluso, dispuestos algunos escudos después de
haber librado batallas, por ejemplo, contra el tedio de páginas poco
imaginativas− está quizá la verdadera literatura. Un discurso que se desdobla
infinitamente. Que se transforma para encontrar un lugar entre los itinerantes
buscadores de fantasías. Que hiere sensibilidades y muerde conciencias. Que no
se deja nunca definir del todo.
Roald
Dahl (Reino Unido, 1916-1990). Su página oficial: www.roalddahl.com
Dahl explorador, vendedor ambulante, piloto de la
Royal Air Force, filántropo vocacional y escritor de relatos de humor pero que
a veces nos dan miedo, es necesario eslabón de esa cadena que un editor urde
para atrapar lectores de todas las edades. Este año, cuando se cumplen 100 de
su nacimiento y se celebra el acontecimiento con diversos homenajes y jornadas
sobre su vida y su obra, también vuelven a circular –en colecciones renovadas−
algunos de sus títulos.
Una corresponde al nuevo proyecto de literatura
infantil y juvenil de editorial Santillana denominado Soy loqueleo −que recupera varias obras de Dahl (en una etapa anterior,
parte del fondo del sello Alfaguara), pero también las de otros autores
canónicos a nivel nacional e internacional como Michel Ende, Gianni Rodari,
Elsa Bornemann, Christine Nöstlinger, Pablo de Santis− y que aspira a cumplir
una máxima borgeana: hablar de uno mismo no es sino referir los libros leídos a
lo largo de la vida. O para decirlo también con Tomás Eloy Martínez: “Seremos
lo que hemos leído o seremos lo contrario, la ausencia que los libros han
dejado en nuestras vidas”.
En la maquinaria para despabilar lectores, apostar
de nuevo por Dahl no es poca cosa. Este se ocupa de revisar la infancia
construida discursivamente por la gente grande y adopta, para ello, la
perspectiva propia de los chicos: en efecto, se coloca imaginariamente en la
cabeza y corazón de los que parecen “débiles” y, desde allí, cuenta la historia.
Dahl compartía con George Orwell la idea de que los pequeños a menudo ven
intimidantes a los grandes: “En parte se debe a que los niños –explica el autor
de 1984− están normalmente mirando
hacia arriba, y pocos rostros salen favorecidos cuando se los observa desde
abajo”. Los personajes de Dahl son, en
consonancia y por lo general, niños trasgresores de los modelos de adultos,
familia y colegio. A veces, buenos; en ocasiones, malos. Cero didactismo
ortodoxo, como vemos. La cristalización de un mundo donde siempre triunfa el
bien, la belleza y la verdad, se castiga lo diferente o se ocultan las
situaciones irregulares bajo un disfraz que tiende a sostener que la existencia
es armónica, equilibrada y medida, sucumbe en los relatos de este escritor de
origen familiar noruego y educado en la Inglaterra de principios victorianos en
crisis por la Gran Guerra.
El dedo mágico,
colección loqueleo, editorial
Santillana
Veamos algunos ejemplos. La narradora protagonista
de El dedo mágico es una niña de 8
años, con capacidades propias de una bruja: cada vez que se enoja, ve todo
rojo, siente mucho calor y la punta del dedo índice de su mano derecha empieza
a hormiguear. Entonces, una suerte de relámpago salta fuera de ella y toca a las
personas que la han hecho enfadar. Luego, empiezan a ocurrir cosas…
desagradables para esa gente. El lector descubre cómo el dedo acusador produce
un castigo a medida y con consecuencias casi irreversibles en ocasiones. En esta
historia, por caso, la protagonista −que no soporta en absoluto la caza de
animales como deporte y entretenimiento− convierte mágicamente en pájaros a una
familia de cazadores; al mismo tiempo, los patos que esta perseguía se instalan
en su casa. Así se ordena el mundo en la narrativa de Dahl.
Matilda,
colección loqueleo, editorial Santillana.
Más o menos como sucede con Matilda, la lectora de
libros, otro de los amados personajes de Dahl, sobre todo, a partir de la
película (EEUU., 1996, dirigida por Danny DeVito y protagonizada por Mara
Wilson) que multiplicó la presencia de la novela homónima en los estantes de
las bibliotecas de tantas familias. En el capítulo “El primer milagro”, la temible antimaestra, la señorita Trunchbull,
quien cree que hay que deshacerse de los niños pequeños como de los insectos,
empieza a temblar cuando una salamandra cae dentro del vaso de agua posado
sobre su escritorio. Con espumarajos de rabia en su boca, vocifera contra la
protagonista y la acusa de la travesura profiriendo amenazas. Matilda se irrita
por la injusticia a la que es sometida y se enoja hasta estar a punto de
explotar. Es en ese momento que una fuerza extraña, como un fluido eléctrico,
se concentra en sus ojos, los que se dirigen directamente al vaso con la
salamandra y al que le ordenan: “¡Vuélcate!”. El vaso comienza a tambalearse
hasta que, con un fuerte tintineo, cae y el agua y la salamandra saltan sobre
el enorme pecho de la poderosa y gigantesca Trunchbull (entre paréntesis, el
nombre alude al parecido del personaje con un toro, “bull” en inglés: tiene
“cuello de toro”, “amplias espaldas”, “gruesos brazos”, “vigorosas muñecas”,
“fuertes piernas”; al mirarla, “daba la impresión de ser una de esas personas
que doblan barras de hierro y desgarran por la mitad guías telefónicas”). La
magia, otra vez −en los relatos de Dahl−, salva a los niños de adultos
horribles y violentos.
La maravillosa medicina de Jorge,
Londres, Puffin Books.
En La
maravillosa medicina de Jorge, el protagonista de ocho años tiene la
obligación –mientras su madre sale de compras− de darle la medicina a su odiada
abuela. Muchas abuelas −sabe− son amorosas y gentiles, pero no precisamente la
suya. No la quiere, porque le dice cosas feas (“Los chicos que crecen y rápido
se vuelven estúpidos y holgazanes”), lo asusta (“Algunos de nosotros tenemos
fuego en la lengua y barriga, y magia en la punta de los dedos. Algunos de
nosotros guardan secretos que te harían poner los pelos de punta y saltar los
ojos de las órbitas”), desautoriza a los padres (“No lo escuches a tu padre.
Escúchame a mí. Tu madre es tan estúpida como tú.”). A esta abuela se alude con
palabras desvalorizantes: es una “vieja gruñona”, “egoísta”, “sucia”, tiene
“boca arrugada, asquerosos dientes marrones, boca pequeña y fruncida como el
trasero de un perro”, “voz ronca” y “maliciosos ojitos”. En vez de conversar,
“chilla”, “grita”, “brama”, “grazna”, “berrea”, “aúlla”, “vocifera”. Por eso,
decide cambiar la medicina que tiene que darle por un engendro explosivo: en
una gran olla, Jorge junta todo lo que encuentra en su casa y produce un
mejunje que tiene poderes mágicos. En verdad el potaje es “maravilloso”, pero
no en el sentido de ser una medicación eficiente, sino por su valor fantástico:
produce en la abuela sucesivas transformaciones hasta hacerla desaparecer.
Claro: la magia facilita a los chicos liberarse de aquello que les resulta
amenazante y perturbador, y sirve como castigo a los que los molestan.
Dahl eligió a Quentin Blake como el ilustrador de
sus relatos. De hecho, es impensable una edición sin la combinación de estos
dos genios que conjugan por igual la
síntesis, la inclinación por la caricatura, el rasgo irónico y un humor que
trabaja en los límites con el horror. Las transformaciones físicas que
experimenta, en distintas etapas, la abuela de Jorge, por ejemplo, están
acompañadas por los dibujos de Blake que fortalecen el efecto gracioso del
hecho narrado y debilita la crueldad que este puede connotar en un texto que no
fuera humorístico.
La abuela convertida en un gallo
enorme.
Incluso, en algunas escenas de diversos relatos de
Dahl −y digamos, con justicia, también de Blake−, la narración se entreteje con
la ilustración para explicar un suceso. Como cuando se describe cómo termina
desapareciendo la abuela de Jorge:
Así se cumple el deseo del niño de convertir a la
abuela en algo pequeño como un cigarrillo, luego, un fósforo, luego, un alfiler,
luego, una semilla… hasta que la pierden. Él y sus padres. Porque, hacia el
final del relato, Jorge se da cuenta de dos cosas: del poder que tiene y que
puede usar a su favor; y de la puerilidad de sus padres, quienes no se
escandalizan frente a lo que ha hecho su hijo: “Eso es lo que sucede cuando
eres una persona mal humorada y gruñona. ¡Gran medicina la tuya, Jorge!”. Los
adultos aparecen, en este mundo satirizado por la mirada crítica del autor,
desarticulados en los principios que quieren imponer a los menores. Jorge, en
cambio, se queda temblando frente al efecto de “su” medicina. Duda; no sabe si
está bien o mal lo que sucede: “Jorge no sabía qué pensar. Temblaba. Supo algo
tremendo esa mañana. Por unos segundos, había tocado con las puntas de sus
dedos los márgenes de un mundo mágico”.
Y sí: la voluntad de Dahl es que los niños triunfen
sobre los adultos. Así dice en una entrevista realizada por la BBC, en 1988:
Tengo una visión muy
fuerte y profunda de lo mucho que debe luchar un niño para hacer su camino en
la vida y llegar hasta los, digamos, doce años. Cuando uno nace, o hasta los
dos o tres años, es una criatura incivilizada. A partir de esa edad, y hasta
los doce o quince, si uno va a convertirse en un miembro civilizado de la
comunidad, debe ser disciplinado. Severamente. Basta de comer con los dedos y
de escupir en el suelo y de maldecir y de lo que se le ocurra. ¿Y quién se
encarga de disciplinar? Dos personas. Los padres… Aunque el niño ame a su padre
y a su madre, ellos son subconscientemente el enemigo. Existe una delgada
línea, creo, entre amar profundamente a tus padres y sentir por ellos un
profundo resentimiento”.
¿Es Dahl, entonces, un humorista, como se pretende
presentarlo? ¿O es un descarado perturbador de inocentes lectores y de no
prevenidos padres o maestros?
Un cambio respecto de lo que se considera el humor
habitual en los relatos para chicos ocurre en esta narrativa pensada no “para”
chicos sino “desde” los chicos. Que estos transgredan la norma social, en los
relatos de Dahl, tiene como recompensa una vida llena de emociones y aventuras;
de deseos cumplidos; de sanción hacia aquellos que se apropian del deber de
castigar por cualquier desviación de los modelos impuestos. Pero la ruptura de
la lógica del mundo adulto –que tiene en Dahl como objetivo proteger la
infancia sana y feliz, libre de prejuicios ajenos− se opera, en sus relatos,
bajo la égida de la caricatura y la hipérbole y en el reinado del absurdo. Como
en Alicia, de Lewis Carroll. Con Dahl
ya no es posible observar la realidad según moldes prestablecidos; por el
contrario, es necesario suspender los juicios sobre el mundo y las personas, y
adoptar la mirada de los niños, esa que es inocente, espontánea, imaginativa,
¿mágica?
Según Dahl, hay una frontera difusa entre reír y
llorar; entre hacer humor y generar el horror, y el escritor tiene que
encontrarla, porque en esos límites se juegan los matices del hombre que no es
sino una mezcla y cuyo destino construye entre los deseos más profundos,
pensamientos constructivos, actitudes desalentadoras, expectativas positivas.
En fin, todo lo que la vida es. Una amalgama propia del género fantástico (otro
de los nombres del realismo, según entendemos), que conlleva la lucidez crítica
frente a la realidad que desencanta y la compensación ideal en nuestro mundo de
ensueños.
¿Lectura para chicos? ¿Lectura para adultos? Dahl
propone −pensamos− una lectura compartida, pero siempre del lado privilegiado
de la intuición infantil. Su origen, su familia, su educación, sus distintos
trabajos, sus vivencias son de interés para comprender esta elección. Pero de
esto hablaremos en un próximo artículo.
Revelador. Gracias.
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