miércoles, 25 de mayo de 2016

Concurso Zenda

                                   AMANECER EN EL OBELISCO

Justo después de amanecer, arribaron los micros a la intersección de Corrientes y 9 de julio, y se detuvieron a ambos lados del obelisco. En esmerada simetría, diez ocuparon la mano hacia el río; otros diez, la que va hacia el sur. El espacio peatonal quedó bloqueado. También, vacío, porque los pocos cirujas que se despabilaban más o menos a esas horas todos los días, y desaparecían de la vista de la Metropolitana, dispararon de allí alarmados esta vez por el desalojador desconocido y amenazante. Los colectivos de línea, que escaseaban tan temprano, no pudieron confundir con intolerantes bocinazos cortos al ejército invasor y se resignaron a desviar por las transversales,  al igual que unos pocos automóviles y camiones. Ahora, en ese sector, todo era blanco inmaculado: los micros, los trajes de sus ocupantes en filas contrapuestas, la espada desenvainada que miraba al cielo y que ese día cumplía ochenta años.
Los albos soldaditos hicieron entonces una ronda alrededor de la mole de 67.5 m. de altura y, al tiempo que levantaban el brazo como quien realiza un gesto marcial y marchaban con sus pies sin salirse de lugar, iniciaron una suerte de mantra, que fue creciendo de fonema en morfema, de silaba en palabra:
OM
SOM
MOS
SO – MOS
MOS-  SO –MOS
NOS –SO –MOS
NO –SO –TROS
SO –MOS – NO –SO –TROS
O –TROS- SO -MOS
Las vibraciones graves alcanzaron las cuatro caras del ínclito monumento, sobre el que empezaban a chispear las primeras luces de la mañana. Cuando el rito sonoro llegó  a su fin, los coreutas alzaron sus caras sin rostro hacia la cúspide de punta roma.
Allá arriba era un mundo ajeno. Detrás de las cuatro ventanas con persianas metálicas, la música de una radio de frecuencia modulada alternaba con los golpecitos de los teclados de las computadoras.  Pocos empleados ensimismados rigurosamente en la producción continuaban su rutina. Blanqueo, reforma política, Justicia 2020, pymes, empleo, relaciones diplomáticas con el Papa. De pronto, una pantalla ubicada a un costado del escritorio del jefe se iluminó y proyectó un mensaje. Tomaron la Plaza de la República.
Nadie pareció alterarse demasiado. Pero todos siguieron atentos a los mensajes que se sucedían. Despliegan una bandera blanca alrededor del obelisco y obstruyen la única puerta de salida. No se puede. No, no se puede salir. Son pocos, pero no se puede.
El jefe, que juega mentalmente a mover piezas en un tablero blanco y negro, no se alarma tampoco, pero busca en Twitter la noticia. Ve la foto que ya se reproduce. La bandera extendida tiene repetidas veces una letra impresa: M M M M M M M M M M M M M M M. Un video muestra a los disciplinados hombrecitos (de arriba, podrían verse tan diminutos), que prolijamente tachan con marcadores negros una a una las letras M ya inscriptas. Tachan una M. Tachan una M. Tachan una M. Tachan una M.
Sobrevuela un helicóptero que podría llevarse el pararrayos, en equilibrio sobre la punta, por delante; pero sigue de largo.
Si los ejecutivos miraran a través de las ventanas, podrían advertir cómo van llegando a la Plaza los móviles de los medios y cómo otro ejército, el de los periodistas con sus cámaras montadas y micrófonos, ordenan un segundo círculo alrededor del edificio fundador. Podrían imaginar, también, otro tipo de canto de monótono registro que se replica en forma reiterada por diarios, radios, canales de televisión y redes sociales.   
Sin embargo, arriba, se apaga la pantalla y las cosas vuelven a la normalidad laboriosa. Blanqueo, reforma política, Justicia 2020, pymes, empleo, relaciones diplomáticas con el Papa. El gerente cierra levemente los ojos y se recuesta unos segundos sobre el respaldo del sillón, mientras piensa: Este es mi día. Pone su mano sobre el manual de autoayuda. Aquí es donde quería estar, dice. Apacigua la mente. Y derriba, con gesto displicente, a la reina en su ajedrez imaginario.


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